Lo más sencillo es recortar lo que nos cae mal: Ese servicio que suponemos no estamos usando. Alguna persona que creemos no está dando rendimiento. Un cliente que suponemos poco rentable.
Hacer los recortes así, de corazón, es irresponsable. Al mismo tiempo es lo más común, solo que justificamos esta irresponsabilidad con la bandera de la reducción de costos.
¿Qué costos debo reducir?
Esta es la pregunta correcta, requiere trabajo, pero vale mucho la pena.
Trabajando en conjunto con mis clientes, tardamos de 2 a 4 semanas en mapear realmente, los costos en los que incurre su operación.
La parte más difícil de este proceso, es la aceptación. De alguna manera generamos, por decirlo de alguna manera, cierto cariño, con decisiones del pasado y creemos que siguen siendo válidas.
Por ello, seguimos una metodología, basada en hechos y números, con la que guiamos a nuestros clientes para que objetivamente identifiquen cada costo y sus características: Impacto en el negocio, #rentabilidad, riesgos.
Recortar por recortar es peligroso y sobre todo muy caro.
Irónico, ¿cierto? Pero así sucede cuando recortas un costo fundamental para la operación, en el momento se verá bien en el estado de resultados, pero el impacto se siente con fuerza por la suma de dos factores: La pérdida de eficienca más el precio de reposición.
Es lo mismo que pasa cuando tu taquero de confianza cambia la salsa por algo más barato.
Platiquemos: Agenda una llamada.
Recuerda: Reducir costos a ciegas, sale caro, muy caro.